MI PRIMER CUENTO

LA JAQUITA DE LOS SIETE COLORES 
Había una vez dos hermanos, uno bueno y otro malo. El bueno se buscó un trabajo y su jefe estaba muy contento con él porque era muy trabajador y buena persona. Su hermano, sin embargo, le tenía mucha envidia. Cuando se acercaba la feria del pueblo, el jefe le preguntó qué quería de regalo y él le pidió una jaquita de siete colores. Cuando se la trajo se puso la mar de contento. Su hermano no resistía su felicidad, así que un día fue a ver al jefe y le dijo que su hermano era capaz de convertir el paso del río en un jardín frondoso. El jefe, al enterarse de ese don, le pidió al muchacho que lo hiciera y él se puso muy triste porque nunca podría hacer semejante cosa. La jaquita, viendo el sufrimiento de su dueño, le habló y le dijo:-Coge tres cañas y montado sobre mí galopa por el paso.Así lo hizo y cuando volvieron, vieron el paso del río convertido en un hermoso jardín.Envidioso, el hermano le dijo al jefe que el dueño de la jaquita podría echarse en una sartén de aceite hirviendo y no se quemaría.La jaquita le habló otra vez al hermano bueno:-Corta siete ramas y golpéame. Con mi sudor cubre tu cuerpo y así no te quemarás.Así lo hizo el muchacho y no se quemó. El hermano envidioso, viendo lo que su hermano había conseguido, se lanzó también a la sartén y se quemó. A partir de aquel momento, el muchacho vivió un poco más tranquilo.
  AUTOR: Manuel Candón
LA SIRENA
Eran unos padres que tenían un hijo y el padre era pescador y todos los días iba a pescar. Un día vio que la red pesaba muchísimo y que apenas podía sacarla; cuando lo consiguió, vio en ella un pescado muy grande que le dijo: Yo te voy a comer si no me ofreces traerme al primero que encuentres.
El pescador pensó que sería como siempre la perrilla la que se adelantaba a recibirle y ésa le llevaría. Así que el pez se sumergió, se marchó hacia su casa; mas esta vez, en lugar de la perrilla quien salió fue su hijo. 

El padre preguntó que por qué se había apresurado a salir a su encuentro, y el hijo le dijo que como tardaba estaba con cuidado. El padre le contó lo que había pasado; que había sacado una Sirena en la red y que le había exigida le llevase al primero que en su casa saliese a recibirlo. 

El hijo conoció que su padre tenía que cumplir su palabra; pero, antes de ir, quería marchar a un pueblecito inmediato para despedirse de unos amigos que él tenía; yendo por el camino, se encontró una hormiga, un lobo y un águila; todos estaban comiéndose un burro muerto; pero cada uno quería llevarse la mejor parte y no lograban partirlo. Cuando lo vieron pasar lo llamaron y le dijeron les hiciera las particiones del burro. Él lo repartió dándole la carne al águila, los huesos al lobo y la piel a la hormiga; cuando ya se marchaba, volvieron a llamarlo y él temió si querían comérselo también; pero se acercó y le dijeron que querían darles las gracias y su recuerdo por su buena obra. El lobo le dio un pedacito de oreja que tenía la virtud, que es sacándola y diciendo: “¡Ay de mí! ¡El lobo!”, se convertía en lobo. El águila le dio una pluma para que dijese: “¡Ay de mí! ¡El águila!”. y se convirtiese en águila; y la hormiga, una patita para que dijera: “¡Ay de mí! ¡Hormiga!”, y se volviese hormiga. 

Ya con estos regalos, se volvió a su casa y le dijo al padre que podía entregarlo a la Sirena. Aquél lo llevó y al entregárselo tocó la pluma y después de decir las palabras “¡Ay de mí! ¡El águila!”, se volvió águila y se marchó del primer vuelo al palacio, y la princesa, al ver aquel pájaro tan bonito lo hizo coger y lo colocó atado a los pies de la cama. Por la noche se volvió hombre; la princesa se asustó; pero él la tranquilizó y le contó su historia. El rey quiso se quedase en palacio y todos lo querían mucho; todas las tardes salía en coche con el rey y la princesa, y otras veces a dar paseos en lancha por el mar. 
Un día la Sirena lo vio y le echó mano y se lo tragó a vista del rey y la princesa- El rey dijo que aún encontraba medio de sacarlo de la Sirena. Como a las sirenas les gustar mucho el oro y la plata, mandó hacer un remo de plata, y un día salieron en busca de la Sirena, y le dijeron que si les enseñaba el joven aunque no fuese más que medio cuerpo, le regalarían el remo de plata. La Sirena les enseñó la cabeza solamente así que él nada pudo hacer todavía: mas la princesa le dijo que si se lo enseñaba de medio cuerpo, le regalaría un remo de oro. La Sirena dijo que sí y al otro día se lo llevaron y la Sirena sacó el medio cuerpo del joven que, hallándose en esta libertad, pudo tomar la forma del águila y se echó a volar. La Sirena dijo: “¡Ah pícaros, que me han engañado! Pero yo me vengaré”. Y, al irse a volver a palacio la princesa, se abrió la tierra y se la tragó. El águila, que vio lo que pasaba, dijo: “Pues yo habré de sacarla”. Y, hecho hombre de nuevo, le dijo a unos albañiles le hicieran un agujero pequeño en aquel sitio. Entonces sacó la patita de la hormiga y dijo: “Vuélvome hormiga”, y se entró dentro de un castillo y quiso volverse águila: la reina lo conoció enseguida y cuando salió el gigante que la guardaba, el joven se convirtió en hombre y le dijo a la princesa que se volviese ella también hormiga para salir juntos. Así lo hicieron y llegaron a palacio donde el padre se puso tan contento y permitió al libertador de su hija que se casara con ella. Vivieron muy felices; pero siempre cuidando de no pasear nunca por el mar para no encontrarse con la Sirena.

  AUTOR: Cipriana Álvarez Durán

EL HADA FEA


Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre, existía un lugar misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al hada cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de Cristal, la única salvación posible para todos.

El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y duro que lo había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo quedó uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo "Os dije que os acompañaría a pesar de las dificultades, y éso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo porque haya sido verdad que iba a ser duro".
Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus días...
La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues de aquel firme y generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada.

TALLER N° 1

¿QUE TANTO SABES DE CUENTOS?
  1. Que es el cuento?
  2. Cuales son las partes del cuento?
  3. Escribe el nombre de algunos cuentos que conozcas
  4. Cual es el cuento que mas te gusta?
  5. Escribelo

***MI FINAL***



EL LADRÓN DE RUBÍES
El en palacio de Rubilandia había un ladrón de rubíes. Nadie sabía quién era, y a todos tenía tan engañados el ladrón, que lo único que se sabía de él era que vivía en palacio, y que en palacio debía tener ocultas las joyas.
Decidido el rey a descubrir quién era, pidió ayuda a un enano sabio, famoso por su inteligencia. Estuvo el enano algunos días por allí, mirando y escuchando, hasta que se volvió a producir un robo. A la mañana siguiente el sabio hizo reunir a todos los habitantes del palacio en una misma sala. Tras inspeccionarlos a todos durante la mañana y el almuerzo sin decir palabra, el enano comenzó a preguntar a todos, uno por uno, qué sabían de las joyas robadas.
Una vez más, nadie parecía haber sido el ladrón. Pero de pronto, uno de los jardineros comenzó a toser, a retorcerse y a quejarse, y finalmente cayó al suelo.
El enano, con una sonrisa malvada, explicó entonces que la comida que acababan de tomar estaba envenenada, y que el único antídoto para aquel veneno estaba escondido dentro del rubí que había desaparecido esa noche. Y explicó cómo él mismo había cambiado los rubíes aunténticos por unos falsos pocos días antes, y cómo esperaba que sólo el ladrón salvara su vida, si es que era especialmente rápido...
Las toses y quejidos se extendieron a otras personas, y el terror se apoderó de todos los presentes. De todos, menos de uno. Un lacayo que al sentir los primeros dolores no tardó en salir corriendo hacia el escondite en que guardaba las joyas, de donde tomó el último rubí. Efectivamente, pudo abrirlo y beber el extraño líquido que contenía en su interior, salvando su vida.
O eso creía él, porque el jardinero era uno de los ayudantes del enano, y el veneno no era más que un jarabe preparado por el pequeño investigador para provocar unos fuertes dolores durante un rato, pero nada más. Y el lacayo así descubierto fue detenido por los guardias y llevado inmediatamente ante la justicia.
El rey, agradecido, premió generosamente a su sabio consejero, y cuando le preguntó cuál era su secreto, sonrió diciendo:
- Yo sólo trato de conseguir que quien conoce la verdad, la de a conocer.
- ¿Y quién lo sabía? si el ladrón había engañado a todos...
- No, majestad, a todos no. Cualquiera puede engañar a todo el mundo, pero nadie puede engañarse a sí mismo.
TALLER N° 2

¡UN NUEVO FINAL!
  • Cambia el final del cuento.